Victor M. Oxley
La teoría
performativa del lenguaje de John
Langshaw Austin representa un giro decisivo en la filosofía del lenguaje
del siglo XX. Su obra central, How
to do things with words (publicada póstumamente en 1962), inauguró
lo que hoy llamamos la filosofía del
lenguaje ordinario.
En sus desarrollos, Austin critica la visión
tradicional según la cual la función principal del lenguaje es describir hechos del mundo, es decir,
emitir enunciados verdaderos o falsos.
Esta visión era típica de muchas corrientes analíticas, desde Frege hasta el
primer Wittgenstein. Austin muestra que no
todos los enunciados tienen valor de verdad, y que hay formas de hablar que no describen el mundo,
sino que hacen algo en el mundo.
A partir de esto Austin construye su concepto de enunciado performativo.
Un enunciado
performativo es uno en el que al
decir algo, se está haciendo algo. Ejemplos tenemos en "Lo
juro" (cuando se está prestando juramento). "Los declaro marido y
mujer" (en una boda). "Prometo ayudarte" (no describe un hecho; es la promesa). Estos no son
enunciados que puedan ser verdaderos o falsos.
Con esto en mente, Austin construye
su posición teórica de los actos del habla, en tal empresa propone una tipología tripartita.
a) Acto locucionario: Es el mero
hecho de proferir un enunciado con
sentido (gramatical y fonéticamente correcto). Ejemplo: "Te dejo el
paraguas en el recibidor". "Locutionary acts [...] are roughly
equivalent to uttering a certain sentence with a certain sense and
reference" (Austin, 1962, p. 108)
b) Acto
ilocucionario: Es el acto que se realiza al
decir algo: afirmar, prometer, ordenar, pedir, preguntar, etc. Ejemplo:
al decir “Te dejo el paraguas en el recibidor”, puede que estés advirtiendo, informando, prometiendo,
etc. “When I say, before the registrar or
altar, ‘I do’, I am not reporting on a marriage: I am getting married” (Austin,
1962, p. 5).
c) Acto
perlocucionario: Es el efecto que el acto tiene
sobre el interlocutor: convencer, asustar, entristecer, alegrar, etc. Ejemplo:
tu frase podría tranquilizar a
alguien que teme mojarse. “Saying something will often, or even normally, produce
certain consequential effects upon the feelings, thoughts, or actions of the
audience [...]” (Austin, 1962, p. 101).
Austin introduce el concepto de condiciones de felicidad (felicity
conditions). Un enunciado performativo no es verdadero o falso, sino que puede ser afortunado (feliz) o desafortunado (infeliz) dependiendo
de si se cumplen ciertas condiciones, por ejemplo, para que "Los declaro
marido y mujer" sea afortunado o feliz: debe ser dicho por una autoridad competente
(un juez o sacerdote); en una situación apropiada (una ceremonia de boda); con
consentimiento de las partes y sin errores o imposturas. Si alguna de estas
falla, el acto no se realiza,
aunque las palabras se pronuncien. El acto "fracasa".
Con estos desarrollos Austin rompe con la idea de que el lenguaje solo describe el mundo, muestra
que hablar es hacer cosas. Introduce
una nueva forma de pensar la semántica y la pragmática.
Contemporáneamente
podemos decir que existe una tensión innecesaria entre
el análisis pragmático del habla ordinaria (en Austin) y su traducción teórica a campos con estructuras discursivas propias,
como la biología o la teoría social del género.
La pensadora Judith Butler propone que el género no debe entenderse como una
identidad fija, interna o natural del sujeto, sino como una construcción social que se sostiene y
se reproduce a través de prácticas,
discursos y normas culturales. Según esta perspectiva, el género no es algo que uno es, sino algo que uno hace:
una serie de actos, gestos, estilos de comportamiento, formas de vestir, hablar
y moverse que se reiteran en el tiempo y que producen el efecto de una identidad coherente y estable.
El término “performativo” significa aquí que el género
no es una expresión de una identidad previa, sino el efecto repetido de actos que lo constituyen. La identidad de
género no precede a los actos, sino que
es producida por ellos. “Gender is
the repeated stylization of the body, a set of repeated acts within a highly
rigid regulatory frame that congeal over time to produce the appearance of
substance, of a natural sort of being.” (Butler, 1990, p. 33)
Así el género no
es una esencia, sino una práctica
repetida. Esa repetición genera
la ilusión de que hay una identidad fija y natural.
Para Butler, el cuerpo no es una base natural neutra, sino también una entidad que se forma a través de normas culturales y sociales. Lo que se considera un cuerpo “masculino” o “femenino” responde a criterios regulativos que le dan forma, lo materializan de determinada manera. Esta idea está desarrollada especialmente en su obra Bodies that matter (1993), donde afirma que el cuerpo es el efecto de un proceso de materialización regulada. “Matter is not a site or surface, but a process of materialization that stabilizes over time to produce the effect of boundary, fixity, and surface we call matter.” (Butler, 1993, p. 9)
Judith Butler sostiene que incluso la distinción entre “sexo”
(biológico) y “género” (social) es problemática. Según ella, el “sexo” no es
una categoría natural previa, sino una categoría ya cargada de sentido
cultural. “Perhaps this construct called ‘sex’
is as culturally constructed as gender; indeed, perhaps it was always already
gender.” (Butler,
1990, p. 10) Esto significa que el sexo también es producido y regulado dentro
de marcos normativos, y por tanto no puede considerarse un fundamento neutral y
objetivo sobre el cual se construye el género.
Uno de los efectos más importantes de la
performatividad es que los actos de repetición no parecen artificiales, sino que generan la apariencia de una identidad natural.
Así, se produce un sujeto que parece tener un género "propio", cuando
en realidad se trata del efecto
sedimentado de prácticas sociales.
Como la identidad de género es el resultado de actos
repetidos, Butler sostiene que esa repetición puede alterarse o desviarse, produciendo efectos de resistencia o subversión frente a las normas. Ejemplos de esto serían
expresiones que interrumpen la
coherencia esperada entre sexo, género y deseo, como el travestismo, la
performance drag o ciertas formas de disidencia sexual.
En síntesis apretada, se puede decir que la teoría de
la performatividad de Judith Butler afirma que el género no es una identidad
estable ni natural, sino un efecto
repetido de actos sociales normados. Estos actos no expresan una esencia, sino que producen la apariencia de esa esencia. El cuerpo y el sexo también
están configurados dentro de este marco normativo. La repetición, aunque
regulada, permite la posibilidad de subversión
o resignificación.
Cuando Austin y los filósofos de Oxford (como Gilbert
Ryle o el segundo Wittgenstein) promueven la filosofía del lenguaje ordinario, su intención no fue fundar una
teoría universal del lenguaje que se aplique a todas sus formas (científica,
lógica, matemática, jurídica, etc.), sino volver al análisis fino de los usos concretos del lenguaje en la vida
cotidiana como una herramienta para disolver los problemas filosóficos
tradicionales.
Austin estudia cómo
usamos efectivamente las palabras en contextos ordinarios, porque allí
es donde muchas confusiones filosóficas surgen por extrapolaciones mal hechas,
como pensar que todos los enunciados deben ser descriptivos o que deben tener valor de verdad.
Por nuestra parte nos preguntamos ¿qué pasa cuando se aplica a otros
lenguajes, como el científico? Aquí surge un problema que podemos
categorizar como una extrapolación
indebida. Por ejemplo, en la ciencia, muchas proposiciones no
son ni descriptivas del modo "observacional puro" ni performativas en
el sentido de Austin, sino que funcionan
dentro de sistemas altamente formalizados, donde las reglas de juego son
otras. El lenguaje matemático, físico o lógico no se rige por la flexibilidad contextual ni por las condiciones
pragmáticas del lenguaje ordinario. Tiene convenciones propias, y un
grado de precisión que deliberadamente elimina la ambigüedad del habla
cotidiana.
Austin mismo tenía cierto cuidado con estas extrapolaciones. De hecho, How to do things
with words no es una generalización total del lenguaje, sino un intento por
comprender la diversidad de los actos
lingüísticos, no por subsumirlos todos en el modelo performativo.
Aplicar sin mediaciones la teoría performativa a
contextos como la teoría científica,
el discurso jurídico formal o el
discurso matemático o lógico, por citar
algunas áreas, puede llevar a confusiones sobre cómo operan los actos de
habla en esos registros. Allí los actos no siempre son "promesas",
"juramentos", o "declaraciones", sino que operan dentro de
esquemas teóricos, simbólicos o
experimentales muy distintos a la acción cotidiana.
La filosofía
del lenguaje ordinario (y en particular Austin) es más una metodología crítica y analítica que un
marco explicativo global. Lo que ofrece es un modo de inspeccionar con cuidado los usos del lenguaje, no una
ontología del lenguaje en sí. No todo
es performativo, aunque todo acto lingüístico tenga una dimensión
pragmática.
Relacionando la obra de Austin podemos escribir que Judith
Butler retoma la noción de "performativo" en su obra Gender trouble
(1990), pero hace una relectura
radicalizada: ya no se trata de actos del habla en sentido austineano
(decir “sí, quiero” en una boda), sino de una ontología construida a través de la repetición social de normas,
como si el sujeto mismo fuera el
resultado de una performatividad discursiva. En esta perspectiva, el género no es un dato biológico ni
una identidad esencial, sino el efecto de una serie de actos performativos reiterados —discursos, gestos,
prácticas institucionalizadas— que lo "producen" como si fuera
natural.
Butler traslada
la noción de performativo desde el nivel lingüístico-pragmático (Austin) al nivel ontológico-social, se comete un salto conceptual problemático que
es un grave error filosófico.
El acto performativo en Austin es lingüístico, explícito, dependiente de
condiciones contextuales de fortuna o felicidad. Su éxito o fracaso está
anclado en convenciones reconocibles
(como un contrato o una promesa). En cambio, Butler transforma esta noción en
un mecanismo constitutivo del sujeto.
Pero este nuevo uso no se corresponde con los parámetros de performatividad
definidos por Austin. No respeta las condiciones explícitas que hacen posible
un acto ilocucionario (agente competente, contexto institucional, etc.). Desdibuja
la distinción entre acto locutivo, ilocutivo y perlocutivo.
Butler mezcla el nivel del lenguaje ordinario (cómo hablamos y actuamos con
palabras), con el nivel de la construcción
social de identidades (cómo las normas configuran cuerpos, afectos,
etc.), e incluso con el nivel biológico
(al relativizar el sexo en función del género). Pero lo que es pragmática del habla en Austin no
puede sustentar ontologías
sociopolíticas sin sufrir una distorsión grave.
Lo que se deriva del análisis de los actos de habla no puede simplemente convertirse en
categorías ontológicas, pues esto requiere analizar con precisión el marco epistémico del discurso
científico (por ejemplo, biología o genética), que no es performativo en
sentido lingüístico. También diferenciar el uso del lenguaje como acción situada (Austin) del uso del
lenguaje como constructo político de
subjetividades (Butler) y reconocer que el lenguaje no agota lo real, y menos aún lo sustituye.
Es legítimo pensar el género como fenómeno social,
cultural o incluso normativo. Pero no es legítimo fundar ese argumento sobre una lectura desfigurada de la performatividad
lingüística, porque lo performativo en Austin requiere condiciones convencionales explícitas; Butler proyecta lo
performativo sobre estructuras sociales
difusas, sin esas condiciones, por lo tanto, las conclusiones que extrae
carecen del anclaje conceptual que el modelo original exigía.
En síntesis, no
es que el género no sea problematizable, sino que el fundamento conceptual que Butler escoge es
erróneo, y esto debilita la legitimidad filosófica de su construcción.
Existe un giro
lingüístico llevado al exceso, y es sumamente agudo. Existe una hiperextensión epistemológica de
conceptos originalmente delimitados, como el de "acto de habla" o
"performatividad", que, al ser llevados fuera de su contexto
metodológico adecuado, pierden su
fuerza analítica y se convierten en dogmas ideológicos.
Los conceptos filosóficos —y especialmente los de la
filosofía del lenguaje— tienen regímenes
de validez acotados, así el análisis de Austin se aplica al lenguaje ordinario; los conceptos de
Frege o Russell se aplican al lenguaje
lógico-formal y las nociones de pragmática o semántica están ligadas a condiciones de uso, convenciones, intenciones
comunicativas, etc. Generalizarlos
sin restricciones (por ejemplo, al lenguaje científico, al discurso
biológico, o a la constitución del sujeto) implica un salto epistémicamente ilegítimo.
Autores como Bruno
Latour, Karin Knorr-Cetina,
o Steve Woolgar (en la línea del
"Programa fuerte" y del constructivismo
social del conocimiento) afirman que “Los hechos científicos no son
descubiertos, sino construidos discursivamente.” Esta postura confunde la dimensión lingüístico-pragmática
del enunciado científico con su contenido
epistémico y ontológico. En otras palabras, transforman una teoría de la mediación simbólica (el
lenguaje como mediador del conocimiento) en una ontología del lenguaje creador (el lenguaje como generador de lo
real). Y esto que se señala, es filosóficamente
insostenible, por varias razones.
Decir que el lenguaje media el conocimiento no
implica que cree la realidad. El lenguaje organiza, representa,
interpreta, pero no genera electrones
ni bacterias. Que los científicos "produzcan" discursos y
teorías en laboratorios no significa que produzcan ontológicamente los objetos. Esta es una falacia performativa-ontológica. Ahora,
si todo es construcción social, no hay
criterios para distinguir entre teorías más y menos verdaderas, lo cual socava la racionalidad del discurso
científico.
Hay límites
epistémicos y metodológicos en cada dominio del discurso. El lenguaje ordinario tiene su lógica
pragmática. El lenguaje científico
tiene una lógica formalizada, teórico-experimental. Las categorías ontológicas no emergen automáticamente de categorías
lingüísticas.
Esto no significa caer en el realismo ingenuo, pero sí reconocer que el lenguaje no crea la realidad, aunque sí organiza nuestra relación con lo
real, y no toda organización
lingüística es performativa ni ideológica.
Se puede afirmar que existen límites filosóficos objetivos a la extrapolación de conceptos
entre dominios. Y cuando estos límites se ignoran, como ocurre en cierta
sociología posmoderna o en Butler, se cae en una forma de idealismo lingüístico radical, donde
la realidad se disuelve en discurso.
Por otro lado, asociando a lo hablado hasta este
momento, cuando se habla de "ideología de género" (con o sin
comillas), se suele aludir a un conjunto de tesis, entre las que destacan que el
género como construcción social pura,
independiente del sexo biológico. La idea de que el sujeto se autodetermina completamente en cuanto a su identidad de
género. La noción de que la diferencia
sexual no tiene ninguna base ontológica o natural estable, sino que es
una “invención normativa”. Que el género no solo es distinto del sexo, sino que
el sexo mismo es una construcción
social. Estas tesis, en su forma más influyente, se originan en la obra de Judith Butler, especialmente a partir de
Gender trouble (1990) y Bodies that matter (1993), aunque otros
autores como Jacques Derrida o Miche Foucault también son fuentes comunes que
se citan frecuentemente.
Así el Posmodernismo
y la desconstrucción de Derrida o Foucault convergen en el desarrollo intelectual
de Butler. Foucault, con su idea
de que el cuerpo y la sexualidad son el producto de relaciones de poder y de
tecnologías discursivas. Y Derrida,
con la noción de que no hay “presencia plena”, ni sentido fijo: todo
significado es diferido, y el lenguaje no puede anclar ontológicamente nada. Pero
ni Foucault ni Derrida elaboran una
teoría del género. Sus ideas son utilizadas por Butler, pero ellos mismos no construyen una ontología del
género.
Pero autores citados frecuentemente como Paul B.
Preciado, Eve Kosofsky Sedgwick o Jack Halberstam desarrollan líneas similares,
pero no aportan un marco fundacional
distinto. Estos radicalizan aún más la postura, desdibujando toda forma
de identidad fija o incluso de cuerpo “natural”. Aquí hay expansión ideológica, pero no fundamentos epistemológicos más sólidos.
Por su
parte la sociología postmoderna y los etiquetados como estudios culturales, con
autores como
Donna Haraway (con su Manifiesto Cyborg), Karen Barad o Knorr-Cetina
mezclan estudios de ciencia y género, pero adoptan también un constructivismo radical. Evitan definir fundamentos epistemológicos
claros y muchas veces relativizan el concepto mismo de verdad. Estos enfoques repiten el problema, el lenguaje como constituyente absoluto de lo
real, sin base empírica o lógica firme.
En contraparte general, podemos entender que la biología del desarrollo sexual
muestra una clara distinción (con excepciones patológicas) entre los sexos. La medicina y la endocrinología
reconocen que el sexo tiene fundamentos genéticos y fisiológicos objetivos. La psicología (clínica y evolutiva)
reconoce la existencia de disforia de género, pero no niega el sexo biológico, sino que trata la identidad como
experiencia subjetiva, no como hecho ontológico. Las ciencias empíricas no respaldan la ideología de género en
su forma butleriana. A lo sumo reconocen dimensiones subjetivas (sentimientos, identidades, roles) que son
válidas en el plano de la experiencia personal, pero no como fundamentos ontológicos ni científicos del sexo o del cuerpo.
No hay, hasta ahora, una
teoría del género desvinculada de Butler que ofrezca un marco epistemológico coherente; una distinción clara entre lenguaje, biología y
experiencia subjetiva, o una teoría
ontológica del cuerpo o del sujeto que no cometa los errores de la
performatividad mal entendida. Por lo tanto, la ideología de género, en su forma dominante, depende filosóficamente de
los postulados de Butler y del posestructuralismo, y estos son
epistemológicamente defectuosos como se vio, así que la ideología derivada, en
concreto “la ideología de género”, carece de validez racional.
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